Bilbao en un día: qué ver y dónde comer


Hola, viajeros. 

¿Cuántos estáis contando los días que quedan para vuestras vacaciones? Sois de los que os escapáis ya en junio u os toca esperar hasta los meses de agosto y septiembre. En cualquier caso, este post os vendrá bien a todos. Porque a veces nos empeñamos en viajar al otro lado del mundo, cuando todavía no conocemos las ciudades que tenemos más cerca. Por ello, ya en Semana Santa compartí con vosotros un post sobre un road trip a Asturias (podéis leerlo aquí), pero durante mis vacaciones repetí ese viaje por el norte de España y llegué un poquito más lejos, hasta el País Vasco. De ahí que hoy os traiga mis recomendaciones para pasar al menos un día y una noche en Bilbao ¿Os animáis?



Qué ver en Bilbao


Bilbao es una ciudad de tamaño medio (345.000 habitantes, según el INE), de esas que podemos recorrer en una jornada o tomárnoslo con más calma para disfrutar de todo lo que sus calles nos pueden ofrecer. Yo he apostado por haceros una ruta de un día en la que veréis todos sus imprescindibles en 24 horas y sin agobios, claro que eso también depende de dónde estéis alojados.

Nosotros apostamos por el hotel Ibis precisamente por su localización, en pleno centro. Os lo recomiendo si simplemente buscáis un lugar correcto y limpio en el que dormir, sin grandes excesos. Es un hotel moderno, de una estrella, con párking y, eso sí, con empleados encantadores.

Una vez levantados y desayunados (podéis hacerlo en el hall del hotel o en cualquier de los bares del entorno), lo ideal es bajar por la alameda de San Mamés y en unos 300 metros ya os encontraréis con La Alhóndiga de Bilbao, un centro cultural de ocio que tiene desde gimnasio y tiendas, hasta actuaciones y charlas. Lo más icónico visualmente para los turistas son sus columnas cada una de ellas diferente. Además, es un lugar fantástico para que paséis un rato si llueve. También apto si viajáis con niños, ya que en su gran hall podréis dejar que desfoguen un rato corriendo.


Un par de fotos en la plaza de Arriquibar y seguimos andando hacia el Nervión. Cómo sabréis es alrededor del río dónde se cuece la vida de Bilbao y hacia allí vamos. Podemos bajar por la alameda de Recalde para así conocer la plaza Moyúa con un precioso jardín plagado de flores y rodeado de edificios administrativos del que seguro que los verdaderos instagramers sabrán sacar partido. Y de ahí, en lugar de seguir recto, cambiamos de dirección, hacia la izquierda para conocer el parque de Doña Casilda. Una gran zona verde que nos ayudará a hacer más ameno nuestro camino hacia el nuevo San Mamés, el estadio del Athletic de Bilbao. Hay que admitir que el resultado de la obra es una pasada y, por cierto, uno de los pocos campos donde el Dépor ganó esta temporada (2-3). 

Desde ahí, la ruta ahora es mucho más sencilla, no hay más que seguir por la orilla del Nervión, río arriba, hacia el monumento más famoso de Bilbao, sí, el Guggenheim. Pero antes de llegar a él hay mucho por ver. A la orilla del agua os daréis cuenta de que, efectivamente, Bilbao era una ciudad eminentemente industrial que supo reciclarse y convertir todo ese mundo obrero en cultura y arte. Veréis los astilleros de los barcos junto al palacio de congresos y de la música, la sede de la Universidad de Deusto al otro lado del río y también un puente tras otro: el Euskalduna, el de Deusto (que se eleva para permitir el paso de los barcos), el de Pedro Arrupe… Cada uno con su estilo arquitectónico propio.


Y ya allí, por fin, nos encontramos con una de las grandes obras del Frank Gehry. Os guste o no la arquitectura, disfrutareis del Guggenheim. Eso sí, por lo que me he informado, solo os recomendaría que pagaseis entrada si estáis entre los primeros o si hay alguna exposición temporal que os interese, que no fue mi caso, así que disfruté del edificio por el exterior, que no es poco. Porque la suerte de Bilbao es que ofrece el arte gratis por la calle.

El gran árbol y el ojo de Kapoor, una composición de 73 bolas reflectantes que juegan con la forma y el espacio, los Tulipanes Jeff Koons que todo el mundo interpreta como globos de colores (si quieres verlos de cerca tendrás que hacerlo desde el interior del museo), la gigantesca araña llamada Mamá por su creador, Louise Bourgeois, y los Arcos Rojos de Daniel Buren. Pero mi favorita de todas ellas, FOG o la escultura de niebla nº 08025 de Fujiko Nakaya que hace que cada hora (en horario de apertura) el museo, el Nervión y todos los paseantes se envuelvan una niebla creada a partir de vapor de agua. Lástima me quedó de no ver la Fuente de fuego de Yves Klein (obra póstuma) ya que solo se enciende durante la noche.


Pero sigamos con nuestra ruta porque hay mucho más por ver. Para continuar podemos hacerlo a pie por una escalera no apta para personas con vértigo o a través de un ascensor que encontraremos próximo al museo un poco más abajo. De este modo llegaremos a la parte delantera del Guggenheim, en donde nos espera la obra de arte más icónica del entorno del museo, de hecho, se instaló unos días antes que el mismo. Puppy, el cachorro de white terrier de más de 12 metros de altura con piel de flores de colores, también obra de Koons, y cuya inauguración tiene una triste historia detrás (podéis conocerla aquí)



Dónde comer barato


Tanto paseo y tanto arte seguro que ya nos ha abierto el apetito. Así que por las inmediaciones os hago dos recomendaciones baratas pero solo una de ellas comprobada: Las Cepas. Se trata de un restaurante moderno y de cocina elaborada que está siempre lleno de gente, también entre semana. ¿El por qué? Pues porque su menú es de solo 12 euros, incluida la bebida y postre, y sus platos son muy sabrosos, fusiona la cocina tradicional con sabores exóticos. Así que os recomiendo que llaméis antes para reservar. Ahora, eso sí, armaos de paciencia porque el servicio es pésimo. Muy, muy, muy lento y los empleados no son precisamente simpáticos. Creí que solo me había pasado a mí, pero conozco a más personas que lo visitaron y tuvieron la misma impresión. Mi opinión es que si estamos de vacaciones y no tenemos prisa, la relación calidad-precio y la localización, compensa.

Si no os convence, hay una opción más tradicional. El mesón Lersundi, en donde el menú es de menos de diez euros y, según nos recomendó un lugareño, te sirven en cantidad comida casera. Si lo probáis, ya me contaréis si se ciñe a la crítica.


Mirador de Artxanda


Una vez tenemos el estómago lleno es hora de disfrutar de la ciudad desde otra perspectiva. Para ello, vamos a subir al mirador de Artxanda. Podéis ir en coche, pero lo mejor es hacerlo a través del funicular, que es más bien una especie de tranvía y que nos costará solo 3,25 euros ida y vuelta (ojo, no dejan pagar con tarjeta). Sale un tren en cada sentido cada 15 minutos y lo que hace es salvar un gran desnivel de más de 226 metros en solo unos tres minutos.


Para llegar hasta él, además, lo haremos a través del puente de Calatrava, una de las famosas obras de este arquitecto, no tanto por su belleza si no por el fracaso que supuso. El arquitecto decidió construir el suelo en cristal, una mala idea en una ciudad en la que la lluvia es compañera habitual. Tantas fueron las caídas que el Ayuntamiento se vio obligado a instalar una especie de alfombra que evita los resbalones y, admitámoslo, estropea la obra. Y esta no es la única intervención que se vio obligado a hacer el gobierno local en el puente, que añadió una pasarela para dar una conexión más útil a la construcción. Pues bien, el “artista” denunció la alteración de su obra y ganó el juicio. Tuvo que ser indemnizado. Una historia rocambolesca más de las que ha protagonizado Calatrava.


De pintxos por el casco viejo


Una vez terminado el paseo por el parque de Artxanda (también es un lugar ideal para hacer otra parada con los peques) toca ir pensando en la noche y no nos podemos ir de Bilbao sin ir de pintxos. Para ello iremos al casco viejo, al este de la ciudad.  Lo mejor es atravesar el puente del Arenal, así podremos ver ya el majestuoso Teatro Arriaga, al que os recomendaría que entraseis, al menos hasta el hall para descubrir su escalinata con alfombra roja digna de película. A nuestras espaldas queda la estación de ferrocarril de Santander, que tiene una preciosa cristalera en la fachada que da al río.

Seguimos avanzando y aquí el objetivo es callejear para descubrir Las siete calles (todas paralelas) que es dónde nació la ciudad de Bilbao. Esa zona está plagada de tabernas y bares en los que ir bebiendo txakolí y probando sus pintxos. Si buscáis un lugar tradicional os recomiendo el Rio Oja, un local decorado con cuadros y fotos de pelotaris, actuales y de época, y en el que es fácil que os encontréis a cuadrillas de amigos tomando un vino antes de ir a casa. Eso sí, aquí no hay tapas si no, cazuelitas y platos para comer.

Otro lugar que me gustó mucho fue la cervecería Casco Viejo, en la plaza de Unamuno. Ahí tomamos un montón de pinchos elaborados y a buen precio. Mi favorito, el de calabacín. Y para terminar, hay que ir a la plaza Nueva. Los bares más conocidos son el Negresco, el Charly y el Gure Toki, este último de alta gastronomía y el único que me dio tiempo a probar porque fue el que más tarde cerraba y lo recomiendo. Por el estilo y las críticas creí que nos iban a dar el sablazo, pero no fue para tanto (nivel País Vasco, claro). Los pinchos, a partir de los 2,20 euros cada uno.

Lo cierto, es que los precios en Bilbao me sorprendieron para bien, dado lo cara que es la ciudad. Como ejemplo, en todos los lugares la copa de vino la cobraron a unos 1,80 euros, más barato incluso que en Galicia, obviamente, según la botella que elijas.


San Juan de Gaztelugatxe


Y aquí se acabaría nuestro día en Bilbao, pero si tenéis más tiempo, basta con una mañana más o, por ejemplo, prescindir de San Mamés para adelantar toda la ruta y así pasar la tarde en un lugar muy especial: San Juan de Gaztelugatxe. Si sois fans de Juego de Tronos seguro que ya sabéis de que os estoy hablando, de Drocadragón. Si no, puede sonaros porque es el lugar en el que, al parecer, se han casado algunas famosas como Anne Igartiburu.

Os hablo de un pequeño islote en el municipio de Bermeo con una capilla en su cima dedicada a Juan Bautista. El lugar está a menos de 50 minutos en coche de Bilbao, en dirección a la costa. No tiene pérdida y el lugar vale la pena. La vista es espectacular y más aún si veis desde él el atardecer como fue mi caso. Eso sí, id preparados. La carretera está completamente partida a la mitad y está prohibido el paso de vehículos, por lo que hay que dejarlo a varios kilómetros en el pueblo. Desde allí, toca ir andando aproximadamente una hora para llegar al puente de tres arcos que conecta con la isla. Si sois intrépidos, existe otro camino monte a través, no apto para todos los públicos, pero del que yo no logré encontrar el acceso.


Una vez a los pies de la colina, es el momento de subir las escaleras hasta la ermita. Entre fotos y paradas para admirar las vistas, otra media hora andando. Pero os aseguro que vale la pena. Si estáis valorando ir, tened en cuenta que el acceso será libre por poco tiempo. Dado el número de visitantes que está teniendo últimamente (Juego de Tronos les ha dado mucha fama) la Diputación está preparando un plan para restringir o controlar de algún modo el acceso. Algo similar a lo que sucedió en la playa de Las Catedrales. Si queréis más datos del lugar, os recomiendo este post de Turismo Vasco.

Y hasta aquí esta visita exprés al municipio de Bilbao, una ciudad que tenía muchas ganas de conocer y que no solo no me ha defraudado, sino que me ha enamorado completamente. Espero en el futuro seguir conociendo más lugares de Euskadi. ¿Y vosotros, ya conocíais Bilbao? ¿Qué es lo que más os gusta?

Si disfrutáis con este tipo de posts, decídmelo ya que tengo más escapadas a la vista de las que os puedo recomendar lugares que visitar, restaurantes en los que comer u hoteles en los que dormir. Espero vuestros comentarios aquí abajo. ¡Hasta la próxima, marineros!

Comentarios

  1. Sumergirse en unas vacaciones en hotel es como entrar en un mundo de confort y placer. Desde relajarse en lujosas habitaciones hasta saborear exquisitas creaciones culinarias, cada momento es una escapada de lujo inolvidable.

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